La historia de una mujer —madre que sufrió la primera agresión de su hijo a los 14 años y terminó denunciándolo a los 16— refleja una realidad mucho más extendida de lo que muestran las cifras. Aunque en 2024 se abrieron 4.425 expedientes por violencia filio-parental, los profesionales recuerdan que estos casos representan apenas el 15% de lo que realmente ocurre: la mayoría permanece silenciada por vergüenza, culpa o miedo.

Los especialistas del Proyecto Conviviendo (Fundación Amigó) y SEVIFIP describen un fenómeno que no aparece de un día para otro. La violencia suele seguir una escalada progresiva: insultos, chantajes, destrucción de objetos y, finalmente, agresiones físicas. En muchos casos intervienen factores como adicciones, problemas de regulación emocional, estilos educativos inconsistentes o dinámicas familiares marcadas por separación, falta de límites o conflictos intensos.

Los datos muestran que la edad crítica se sitúa en torno a los 15-16 años, y que la violencia emocional y económica —a menudo invisibilizada— precede a los episodios físicos. A ello se suma un crecimiento preocupante del consumo de sustancias y del uso problemático de la tecnología como detonante de conflictos.

Para los profesionales, el mayor obstáculo es el silencio. Muchas madres tardan entre año y medio y dos años en verbalizar el problema, y el sentimiento de culpa retrasa la búsqueda de ayuda. El proceso judicial tampoco es sencillo: cuando el agresor tiene menos de 14 años, las familias carecen de una respuesta clara y deben volver al domicilio sin medidas de protección.

A pesar de este panorama, los equipos especializados insisten en que intervenir a tiempo marca la diferencia. La presencia de arrepentimiento, la capacidad de los adolescentes para asumir responsabilidad y el acompañamiento profesional sostenido son indicadores clave para la recuperación familiar.

La violencia filio-parental no es una fase ni un conflicto puntual, sino una problemática compleja que exige detección temprana, programas especializados y apoyo sostenido tanto a los menores como a las familias.

Nombrar la violencia es el primer paso para frenarla y devolver seguridad al hogar.

Lee el artículo «Con 14 años mi hijo me dio el primer puñetazo. Con 16 le denuncié» de Yolanda Veiga en El Correo

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